miércoles, 18 de septiembre de 2013

Hablemos un poco de la identidad

La ventaja competitiva para una empresa, está determinada por el valor empresario que se pueda lograr de la misma. Hugo Ocaña, establece en una ecuación presente en el libro “Dirección Estratégica de los Negocios” que el mismo valor puede ser entendido como el producto entre la identidad y la diferencia entre diferencia y eficiencia. Entendiendo por supuesto a la identidad como lo que proveen las personas de la misma organización, la diferencia como aquello que se origina de los procesos implementados y la eficiencia como una fórmula de recursos beneficio – costo.
Como el factor potenciador es el de la identidad, nos vamos a centrar en este para el análisis del proceso. Entendemos como identidad (por supuesto siguiendo al autor) como la sumatoria de un conjunto de factores, llámese visión, misión, cultura organizativa y estructura, que se combinan en un todo distintivo para el resto del mercado. Traduciendo en limpio, es todo lo que como personas nos distingue del resto y está formada tanto por lo que queremos de nosotros, lo que somos, cómo nos comportamos y en qué modelos mentales nos esquematizamos.
A saber, la estructura es lo que nos genera orden, pero no nos da identidad en el todo completo de la palabra. Nos es importante pero no imprescindible. Así, el pensamiento y el esquema en el que nos basamos nos ayudan a orientarnos hacia una conducta dada que nos distingue, pero no nos determina como personas. Lo que realmente lo hace es el cómo actuamos frente a determinadas acciones, en repetición en el tiempo por supuesto. Porque tampoco podemos afirmar que una sola acción sea la que nos juzgue como personas.
Los tipos de identidad expresadas en el libro corresponden al tipo esencial, accidental y dinámica. Iremos desde lo superficial a lo profundo. Definiremos la identidad dinámica a aquella que surge de la interacción observador – empresa.  A nuestro criterio, corresponde a la interacción del medio con nuestro propio yo. Es lo que mostramos al mundo, lo que dejamos ver. Es la especie de máscara con la que nos enfrentamos al mundo y es la que se adapta congruentemente a las diferentes situaciones (no somos siempre los mismos, aunque en esencia no significa que seamos otros).
La identidad accidental se da por circunstancias específicas. Así, el nombre, el número de documento, la nacionalidad, la forma de vestir, son todas razones accidentales que salen de lo común y que si bien nos diferencian del resto, distan de ser exactamente nuestro ser.
La identidad esencial es la que nos compete hablar hoy. Esta es la identidad dada por lo esencialmente puro de nuestro propio yo. Es lo que somos, en el sentido estricto de la palabra. El ser como algo permanente y atemporal. Este ser está dado por nuestros valores y creencias, nuestras ideologías, moral y ética que nos llevan a actuar frente a determinadas situaciones. Es el ADN psicológico, y que muchas veces inclusive nosotros no lo podemos decodificar. La identidad esencial se puede intuir, pero no puede ser vista completamente. El resto del mundo sabrá que somos personas honestas por ejemplo, pero por el palpe de los actos en que nos hemos visto siendo honestos, no porque puedan ver la causa de dicho comportamiento. Así, podemos estar comportándonos de una manera para poder llegar a un fin oculto.
De cualquier manera, si bien se intuye únicamente, la identidad esencial es muy evidente a largo plazo. Y no se puede esconder. Uno no puede ocultar lo que se es, o lo que elige ser.
¿Qué tendrá que ver todo esto con la entrada de hoy? Bueno, es muy simple a lo que quiero llegar. En el mundo actual, el pragmatismo ha llevado a que las empresas busquen trabajar sobre sus identidades dinámica y accidental. La identidad dinámica se ve, y la accidental solo una parte. Pero es la famosa lavada de cara que se hacen a empresas (por ejemplo a través de fraudulentas campañas de responsabilidad empresaria) que sólo sirven para manifestar una realidad que en realidad no es. Estas empresas suelen tener éxito al inicio, pero a la larga sus políticas no dan resultado, porque actúan en la superficie y no sobre el fondo en cuestión.
Lo mismo sucede con nosotros. El mismo pragmatismo impreso en la sociedad, nos lleva a verificarnos como personas siempre y cuando nos mostremos de tal o cual manera. Somos mejores si calzamos tal marca, si consumimos tal producto, si vamos a bailar o a comer a tal lado, si estamos  sonrientes todo el tiempo, animados, fuertes, proactivos, entre muchos otros atributos que buscan hacer en nosotros un modelo perfecto de persona. Estamos todo el tiempo dedicándonos a vernos bien, cuando en realidad deberíamos hacer algo por ser mejores. Como cuando terminamos una relación, y nos enfocamos en vernos más lindos, más felices, más divertidos, y salimos a todos lados y publicamos frases en las redes sociales superadoras; y no está mal que lo intentemos, pero trabajemos desde abajo hacia arriba y no desde arriba hacia abajo. Porque antes de edificar el techo primero tenemos que fortalecer las columnas, sino como personas vamos a estar fomentando la construcción de algo que se nos va a caer encima en cualquier momento, y después ¿cómo levantás cientos de kilos de paredes y escombros caídos? Es mucho más difícil.
Nosotros como personas somos como el iceberg. El noventa por ciento de nuestra masa está dada por la identidad esencial. Tan sólo el diez por ciento está integrado por la identidad accidental y dinámica. Es lo que debemos entender, porque nos concentramos en una pequeña parte creyendo que será el todo, y en realidad, lo que dejamos afuera de nuestra visión es lo que realmente importa. Trabajemos desde ahora en nuestra identidad esencial. Involucrémonos en hacer crecer nuestros valores, en reafirmar creencias, en perfeccionar nuestra moral. Fomentemos nuestro espíritu y nuestra alma. Hagámonos felices. Mimémonos.
Crezcamos desde la semilla hacia la flor, y no intentemos pegar una flor a los parches. Porque la misma se marchitará pronto.
Es un consejo nada más, de una amiga a otro.

Los blogueo próximamente. 

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